Cuando leer se torna en una carrera de velocidad

  • Cuando leer se torna en una carrera de velocidad

No esperaba comenzar el blog con esta reflexión, hubiera preferido escribir una reseña de un libro que me hubiera encantado tras leerlo (escarbar entre los viejos se me antojaba un camino demasiado sencillo, quería que fuera sí o sí una “nueva lectura”). Sin embargo, después de checar por enésima vez la página en la que me encontraba, ver que el reloj avanzando y que se me escapaba otro día sin haber terminado ningún libro para iniciar con el pie derecho el 2021 y con reseña en este blog, me encontré más ansiosa de lo que había estado en meses y me vi leyendo más por obligación que para disfrutar del libro de Jane Eyre (Charlotte Brontë, 1847).

            No que Jane Eyre me estuviera aburriendo o disgustando, de hecho, me va encantando, pero por alguna razón me frustra avanzar sólo una treintena de páginas por día porque eso es lo que soy capaz de leer por hora (sip, leo muy lento) y una hora es lo que trato de dedicarle diario a la lectura porque tengo otros proyectos en marcha que si me paso de sus horarios serían dejados de lado.

           Jane Eyre tiene 644 pp. en mi edición de Alianza, lo que podría hacer que me demorara unos 23 días, más o menos. Haciendo todos esos cálculos matemáticos de horaxpáginaxcafecito empecé a preguntarme seriamente ¿Quién shihuahuas me apresura? ¿Quién me hacía sentir culpable de mis treinta páginas por hora? ¿Quién o qué me daba la urgencia de terminar cuanto antes un libro? ¿QUIÉN? (*se arremanga las mangas y se pone en pose de pelea*)

            Y entonces decidí consultarlo con la almohada para ver qué pasaba conmigo.

            En primera, yo había estado consciente de que sería un libro que me tomaría algo de tiempo por su longitud y, sobre todo, debido a la forma en que está narrado: lleno de descripciones y pensamientos profundos de la protagonista. Entiéndase que no me molesta leer libros gordos porque estoy acostumbrada a los tochos enormes de Literatura Fantástica en los que deben tomarse su tiempo (y cientos de páginas) para situarnos dentro las leyes del mundo que están creando, de los personajes y describirnos los lugares, así que para nada era culpa de la extensión de Jane Eyre por lo que me sentía tan ansiosa y desesperada por acabarlo ¿entonces qué pasaba?

           Lo admito, quizá sí, quizá el querer escribir una reseña para mi blog vacío fuera el principal motivo para que deseara terminar el libro de una forma rápida, pero recordé que incluso en otras ocasiones en donde no tenía que rendir cuentas a nadie de mis lecturas, era propensa a checar mi track anual en Goodreads a cada rato para poder alcanzar el X número de libros que me hubiera propuesto leer ese año; antes también tendía a checar cuántas páginas restaban del capítulo o cerraba el libro sólo para comprobar mi avance con el marcapáginas (tanto más estuviera hacia el lado del fin, mejor). ¿Pero por qué? En la secundaria o prepa no recuerdo haber hecho eso, es más, sufría cuando un libro estaba por acabarse y retrasaba lo más que podía el momento inevitable del punto final porque no quería dejar de leer a Bella ni a Edward Cullen, por ejemplo, o a Katniss Everdeen.

           ¿Entonces por qué ahora SÍ me sentía tan ansiosa por acabar un libro lo más rápido posible, aunque me estuviera fascinando?

            Se me ocurrieron pues varias respuestas:

            Lo primero que pensé fue que esa preocupación por el tiempo había comenzado cuando entré a la licenciatura de Literatura. Llevaba siete materias por semestre y a cada semana teníamos que leer el promedio de un libro para cada clase (a veces más, a veces menos). Recuerdo que al inicio solía leer todo, subrayaba, tomaba notas por si los profesores me preguntaban por un pasaje e incluso buscaba en internet cosas que no comprendía solo por el placer de hacerlo. Luego, poco a poco y cansada de la rutina de estar siempre en la biblioteca o en mi habitación, vi a mi yo del pasado con la vista fija el reloj, saltándome párrafos de descripciones inútiles y me vi leyendo, incluso hasta el amanecer, por obligación cosas que no eran de mi total agrado (cosa que discuto porque en una licenciatura jamás te va a gustar todo, iluso creer que sí).

           Me acuerdo de que en aquellos tiempos me estresaba no terminar un libro y que trataba de que todos los datos dichos en las novelas se quedaran grabados en mi cabeza para aparentar sabiduría en las dos horas de clase que tocaba para discutir cada libro. Luego todo lo leído desaparecía de mi cerebro, se me escapan los nombres de los protagonistas o de algo tremendamente impactante de una novela que leía para destripar con los profesores. Era frustrante porque se suponía que debía de conocerla de cabo a rabo por el resto de la eternidad ¿no?

           Para cuando llegué a los últimos semestres, esa monotonía de leer decenas y decenas de páginas y de luego escucharlas comentarlas en el salón de clases… me sobrepasó y terminé por no leer casi nada del syllabus planteado (el que haya pasado las materias de séptimo y octavo semestre fue un milagro y porque me aseguraba de sólo prestar atención a dos libros cortitos para hacer el ensayo final usando técnicas de literatura comparada).

           Dejé de leer mucho tiempo desde entonces y me centré en otras cosas como el aprendizaje del francés después de que terminé la carrera… hasta que hace un año comencé la maestría en Estudios Literarios en Madrid y volvió la rutina de la lectura voraz y frenética. Haciendo memoria en ese inter de poco más de un año, entre la licenciatura y la maestría, casi ni toqué un libro y fue, desde hacía mucho, un tiempo tranquilo donde no sentí ansiedad.

            Pff. Confieso que, antes de la licenciatura, realmente podía afirmar que amaba leer, lo hacía todo el tiempo, releeía capítulos enteros, no pretendía llenar una meta de 50 libros por año, lo hacía por mero gusto de sufrir y amar junto a los protagonistas de los libros que me mostraban mil y un vidas y posibilidades.

           En cambio, después de haber terminado la carrera, sí, seguía diciendo que amaba leer, pero las acciones no correspondían con las palabras: compraba libros, pero los apilaba en mis libreros y se llenaban de polvo por el tiempo en que huía de ellos. Pensándolo a fondo, creo que en parte se debía a que evitaba la sensación de ansiedad que me embargaba apenas abría el libro en la página uno y ya contaba cuánto tiempo me tomaría el terminarlo. Leer se había transformado en un deber no tan divertido y prefería evadirlo poniendo en la pantalla de mi computadora a booktubers que hablaban de sus lecturas gratificantes y que recomendaban mil libros, pues ya iban por el libro enésimo del año. Y yo pensaba ¿cómo les da la vida para leer tanto?

           Lo que me lleva al segundo punto y al que no es sino hasta ahora que comencé a mirarlo de forma diferente. En estos días no se para de hablar de la productividad (bien, pequeña acotación: dejemos de lado que andamos encerrados desde hace 824 años ya y que hablo de la productividad en general), eres “más” si haces “más cosas” en el menor tiempo posible. Los “influencers” o personas que se dedican a la difusión de la lectura casi siempre tienden a subir a sus redes sociales, y a inicios del año, videos, posts o tuits de sus metas lectoras y a las que se adjudican un número inalcanzable para la mayoría de los mortales (dramatizo); además hacen videos con el recuento de sus lecturas del año pasado donde revelan haber leído unos modestos setenta libros ¡70! (o algo así) ¡Y estaría muy bien! (excelente, diría yo), se los aplaudo porque me gusta verlos triunfar, amar la lectura que tanto hace falta aquí en México, ellos me inspiran… Sin embargo, casi para finalizar el video, confiesan: “me hubiera gustado leer más” “quería llegar a los 100” “soy una decepción” (ok, con esta última me he tomado el permiso de parafrasearla). Muchos nos cuentan que se sienten infelices porque no pudieron leer más y yo, una simple mortal con bloqueo de lector, me vengo totalmente abajo porque ¿de verdad? Yo estaría saltando de alegría porque en mi peor momento lector ¡no leí ni jodidos 5 libros ese año!

           No digo que el que lean tanto esté mal ni mucho menos, estoy súper orgullosa de que tantas personitas amen la lectura y admiro que devoren libros enteros todos los días. Sino que, para mí, he descubierto que eso no funciona. Me pongo metas inalcanzables para mis capacidades y la ansiedad vuelve. Vuelve más dura e incisiva cuando escucho a los booktubers inconformes con sus mil libros leídos… vuelve cuando me comparo ¡y compararse nunca está bien!

           Así que ahora, en lugar de presionarme para leer X cantidad, pretendo disfrutar el tiempo que sea necesario de un buen libro, sentada en la terraza de mi casa y con un rico cafecito al lado. Sin prisa. Releyendo capítulos, frases, libros que posiblemente no van a contar dentro de mi marcador final de Goodreads. ¡Pero al carajo!

           He decidido ser feliz con mis 3 libritos por año, porque quiero que sean 3 libritos bien leídos, comprendidos, queridos, manoseados, que se queden en mi memoria por muchos años más (y que el dios de los libros me perdone por haberme olvidado de los muchos libros que leí como loca en la licenciatura y de los cuales ya ni me acuerdo, y pese a que me dieron números superiores a los 50 libros por año).

           Y ya, creo que hasta ahí quedan mis dos razones por las que me sentía ansiosa al leer. En conclusión, querido lector, no te frustres con la velocidad en la que lees, no te pongas metas difíciles de cumplir porque sólo te torturarán si tu mente es semejante a la mía, disfruta de cada idea que leas y si sólo es un libro el que logras terminar en meses, siéntete orgulloso por esa única novela/ensayo/poesía porque igual seguirás siendo un lector con uno o con cien libros en tu biblioteca personal. ¡He dicho!

Ahora yo vuelvo la vista a Jane Eyre para leerla sin prisas, más a gusto con mis 30 páginas bien leídas por día y sin ningún remordimiento de mi tardanza.

(Espero, aunque la práctica hace al maestro).

Publicado por Eugenia Sampayo

Literata, escritora, astróloga.

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