UN BIEN AMADO LIBRO

La otra vez me topé con un tiktok donde una chica decía que una persona “normal” separa las hojas de sus libros con un separador bonito y que un “psicópata” lo hace doblando las páginas del mismo, me hizo gracia en su momento por que era el chiste del video. Y luego me puse a pensar en cómo lo hacía yo, pero me encontré en un punto medio porque las más de las veces ocupo alguno de las decenas de separadores que tengo de la librería Gandhi (me encantan sus frases, se me hacen originales) y otras, cuando no tengo uno a la mano, no me molesta doblar la página hasta que consigo uno; también suelo ocupar post-its, una hoja suela de una libreta, un lápiz, ponerlo boca abajo y otras técnicas improvisadas como el borde de mi cobijita o el de una cuchara. ¿Entonces seré medio psycho? Quizá muy distraída.

Recuerdo que hace años trataba a mis libros como una joya más frágil que el cristal, los sacaba del plástico en que venían (si es que lo hacían), los leía cuidadosamente y luego los colocaba en un lugar específico de mi librero, allí se quedaban por meses, intactos, bonitos, como trofeos y ya, tampoco casi nunca los releía y es que tenía mucho miedo de dañarlos. ¿Por qué? Me habían enseñado a cuidar muy bien las cosas. Sin embargo, aunque en el pasado me sentía culpable y me enojaba conmigo misma cuando alguna cosa se rompía o se dañaba, ahora siento que me da igual, lo dejo pasar, porque todo lo que tenemos es pasajero, cumple su función y no hay por qué lamentarse si se hace feo, si se lo comen las polillas o se extravía como un calcetín izquierdo. Creo que es porque ya no tengo tanto apego a las cosas materiales (también he aprendido a dejar ir a las personas y disfrutarlas el tiempo que tengan que estar en mi vida); las cuido sí, pero ya no los pongo en calidad de tesoro frágil e irremplazable.

Supongo que el poder escribir notas al margen en los libros, doblar sus páginas y subrayarlos, se lo debo en gran medida a las clases de literatura porque eran tantas las ideas que saltaban a la vista que fue inevitable no tomar notas en los mismos libros. Además, los tenía que trasladar de un lado al otro todo el día porque a veces tenía una clase a las 9 de la mañana y otra hasta las 4 de la tarde y los bordes se dañaban, se soltaban las páginas si la edición no tenía un buen encuadernado, y, como a veces leía en la cafetería a falta de tiempo, había un par de accidentes (upsi). Fue un proceso de aprendizaje y aún hago caras cuando se rompe una página o algo, pero lo dejo pasar tras unos minutos.

Todo esto para decirles que está bien tratar a un libro de una forma más tuya; que se sienta que ha sido leído, amado; quizá con las marcas de agua que dejaron tus lágrimas al desgarrar tu corazón por la muerte de un personaje; quizá manchadas con el color de una flor seca que dejaste dentro, un recuerdo de alguien especial que te la hubo regalado hace mucho tiempo; o con la marca de tu café favorito al colocar la taza sobre el libro para que no se cerrara por un minuto en lo que ibas por algo a tu habitación. Porque eso es la vida que nos va dejando huellas aquí y allá y es preferible sentirlas, hacerlas parte de nosotras, decorar esas imperfecciones y amarlas como en el antiguo arte japonés: Kintsukuroi donde se repara la cerámica rota con oro o plata para hacer ver que lo roto es más valioso, que tiene un pasado y donde se crea una sensación de resiliencia, de vitalidad y de reparar en lugar de tirar.

Un libro bien amado es eso, un objeto valioso con huellas de su vejez y de las veces que ha caído en tus manos para hojearlo, manosearlo, quererlo. Así que no le temas a que se doblen sus páginas pues creo que el espíritu del libro te estará agradecido de que le hayas dado una vida dichosa, porque siento que cualquier historia sólo existe cuando se es leída, si no, son meras palabras impresas que ocupan un espacio físico (y ahora digital) sin ningún propósito alguno.

Haz de tus libros tuyos; ponles tus iniciales; que te acompañen a la playa y que se llenen de arena… porque qué bonito será cuando vuelvas a abrirlos y halles un poco de los granos al caer a tu regazo, o quizá ver las páginas pandeadas por el calor del sol en un día en que los llevaste a un jardín y disfrutaste del verano.

Todas esas marcas dejarán recuerdos como también se impregnarán en ellos los lugares que visitaste. Quizá un libro te recuerde a un avión y lo nervioso que estabas de volar; o te traiga el aroma del perfume de la chica que compartió contigo una dirección; o tal vez, y sólo tal vez, escuches el rumor de una canción que repetiste en bucle mientras lo leías en un tren camino a casa.

*Suspiro*

En fin, ojalá a ti te pase lo mismo y tengas al menos un par de bien amados libros que te cuenten historias paralelas de un día de lluvia y chocolate. O quizá más…

Publicado por Eugenia Sampayo

Literata, escritora, astróloga.

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